lunes, 16 de enero de 2017

Y es que todos llevamos dentro


Imagen de Claudio Núñez, tomada de 20minutos.es



No sé tú, pero a mí de niño me encantaba jugar a construir y habitar cuevas. Juntaba varias sillas que pillaba por casa, las cubría con mantas y me metía debajo. No necesitaba más. Simplemente permanecía ahí, solo, inmóvil, abrazado a mis rodillas, pensando en mis cosas. Resguardado. A salvo del complejo mundo de los mayores. Feliz. Muchos años después sigo, en cierto modo, jugando a lo mismo, que duermes. Ya lo ves: te invité sin querer a mi cueva. No conozco mayor demostración de amor…
el taxita “simpulso”



Y es que todos llevamos dentro
el germen de un ermitaño.
Buscamos la soledad,
buscamos el aislamiento
aunque sea por unos momentos
desde los más tiernos años.
Una cueva, un rincón,
o tras el sofá en el salón
donde poder aislarnos,
abrazado a las rodillas
para pensar, meditar,
rumiar y digerir
el acontecer diario
o, intentar comprender
el mundo de los mayores.
Sin cuestionar la existencia,
ni el camino, ni la meta
eso, vendrá con los años.
Al crecer el aislarse,
si se vive en compañía,
quizás es algo más difícil
hay que espera la noche
y que se quede dormida.
Entonces, es cuando se piensa
del porqué de muchas cosas,
del camino y de la meta
y se cuestiona la existencia.
Quizás surjan algunas lágrimas
que no hay el por qué tragárselas,
que muchas veces enjugamos
con el envés de la sábana
o con el pelo de la persona
que en la cama, nos acompaña.


ASdG 29 enero 2014

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