Parroquia de San
Ambrosio,
en un pueblo
pequeñito.
Murió el cura
viejecito,
y ha llegado Don
Gregorio.
Joven, recién
ordenado,
en camiseta y
vaqueros.
Tendrá, veinticinco
años,
sobre chispa más o
menos
María tras los
cristales,
lo ve pasar a diario.
Por las mañanas, a
Misa,
por las tardes al
rosario.
Ella procura limpiar,
los cristales cada
día.
Cuando las campanas
tañen
el segundo toque, a
Misa.
Y todas las tardes
riega
las macetas de
geranio,
Para ver pasar al cura,
que va a la iglesia
al rosario.
María no dice nada,
a nadie le ha
contado.
Lo que siente en su
interior,
al ver pasar al
muchacho.
Su corazón se
acelera,
se dilatan sus
pupilas.
le dan temblores las
manos,
y le queman sus
mejillas.
Por las noches ya no
duerme,
tranquila como lo hacía.
Ahora se pasa la
noche,
mirando si ya es de
día.
Cuando las campanas,
oye
dando a misa el
primer toque.
Deja la cama María,
y en la ventana se
pone.
Limpia que limpia el
cristal,
espera que pase el
joven.
Y para que no la vea,
se esconde, detrás de
las flores.
María que aún es
joven,
que sólo tiene quince
años.
No sabe lo que le
pasa,
no se atreve ni a contarlo.
Así trascurren los
meses,
Así el tiempo ha
pasado.
la niña se ha hecho
mujer,
ya cumplió los veinte
años.
Y todas las mañanas
limpia,
Los cristales a la
ventana.
Cuando tocan a la Misa
con repique las
campanas.
Y ve pasar a
Gregorio,
como el pueblo ya le
llama.
Se sigue ruborizando,
le tiembla el cuerpo
y el alma.
Ya que le alegra la
vida,
de la mañana a la
tarde,
y de la tarde a la
mañana,
lo que le pasa, ya lo sabe.
Sabe que está
enamorada,
ya sabe lo que es el
amor.
Es algo que, sin
querer,
siendo niña le llegó.
Y sólo con verlo
pasar,
es feliz y no pide
más.
Le ha llegado un rumor,
que lo van a
trasladar.
Gregorio ya se marchó,
de párroco a la
capital.
María limpia los
cristales,
ya no lo ve de pasar.
También riega los
geranios,
cada tarde, día a
día.
Escondida entre las flores,
suspira y llora María.
Nunca la iglesia
pisó,
en tiempo de don
Gregorio.
A frecuentarla
comenzó,
una vez que se marchó.
Un día la escuche
rezar,
y después del Padre
Nuestro,
en voz baja ella
decía:
¿Por qué a mí, me has
hecho esto?
¡Yo no quería
competir!
¡No te lo quise
quitar!
Yo sólo me
conformaba,
con verlo, cada día
pasar.
María sigue soltera,
y ya peina pelo
blanco.
Sigue limpiando el cristal,
y los geranios
regando.
Ya pronto ella cumplirá
los sesenta y cuatro
años.
mira a la calle a diario,
a través de los
geranios.
¿Estaré, yo ya
caucando?
delante de su
ventana.
Como lo hacía hace
años
don Gregorio está
pasando.
Con los años está más
viejo,
pero sigue igual de
guapo.
Lleva en la mano un
bastón,
una cruz, del cuello colgando.
Y mirando la ventana,
el Obispo ha
exclamado.
Vaya cristales más
limpios,
y que bonitos
geranios.
Pero, si es la
jardinera,
que los regaba hace
años
Cuando por esta
parroquia,
estuve yo, como
párroco.
Y María entreabrió,
las ramas de lo
geranios,
dijo: Señor Obispo.
Me alegro de
saludarlo.
Muy contenta aquella
noche,
los ojos, rojos por el llanto.
Porque supo que
Gregorio,
hacía ya muchos años.
De reojos la miraba,
a través de los
geranios.
Y que segura ya está,
de lo que había
deseado.
De que ha sido ella
amada
igual que ella, lo ha
amado.
María la noche
durmió,
como no lo hizo en
años,
Esa mañana no
escuchó,
los tres toques de
campanas.
Que al pueblo a la Misa llama,
María... no despertó.
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El haber por amor sufrido,
aunque sea una vida entera.
Seguro que es mucho mejor,
que haber pasado por ella,
sin haberlo conocido.
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AsdG. 29 julio 2008.